jueves, 27 de marzo de 2014

PHIONA MUTESI, LA NIÑA UGANDESA QUE ES LA REINA DEL AJEDREZ AFRICANA, GRACIAS A UN JOVEN MISIONERO QUE LA ENSEÑÓ TODO SOBRE ESTE JUEGO.


Phiona creció en una de las zonas más pobres del mundo. No sabía leer ni escribir y vivía con hambre casi todos los días. Su padre y su hermana mayor murieron y su madre no estaba en la casa. Ni siquiera sabe la fecha exacta de su nacimiento, aproximadamente entre 1993 y 1995.
El hogar de Phiona está en Katwe, que corresponde a los barrios pobres de la capital de Uganda, Kampala. Sus andanzas comenzaron en 2005 cuando a la edad de nueve años deambulaba por las calles.

En Katwe hoy en día no hay electricidad, ni agua corriente, y sus calles están hechas de arcilla apisonada. Los hogares son más bien chozas temporales hechas a partir de los desechos. Ratas, perros y otros animales conviven con las personas. El 50% de las madres son jóvenes adolescentes.
No tenía dinero para ir a la escuela, sin embargo conoció a Robert Katende, junto a ella en la fotografía, un misionero y maestro de ajedrez. Le ofreció comida, pero le advirtió que debía recibir una lección de ajedrez y llegó a un acuerdo con Phiona.Este fue el momento en que cambió su vida. Pronto Phiona sintió curiosidad, "Cuando vi por primera vez el ajedrez, sólo pensé ¿otros niños pierden la cabeza por esto? Entonces los vi jugar y estaban felices y emocionados, y yo también quería tener la oportunidad de ser feliz".

El ajedrez me dio la oportunidad de regresar a la escuela y me enseñó que hay otra vida,A pesar de que mucha gente en Uganda cree que la actividad de ajedrez es exclusivamente masculina, a Phiona no le importa. Junto al juego, ella no sólo aprendió a leer y escribir, sino que llegó a hablar inglés y quiere estudiar y convertirse en doctora.

Ella corría todos los días 6,5 kilómetros de las chozas al lugar donde Katende tenía sólo siete tableros de ajedrez con algunas piezas faltantes reemplazadas por trozos de escombros.
Katende se dio cuenta de que Phiona tenía talento y decidió probarla haciéndola jugar con los jugadores más fuertes de su escuela.

Si el ajedrez tiene rostro, para Phiona tendría el de Robert Katende, un misionero con otra gran historia detrás, director regional de una organización cristiana que intenta recuperar a los niños más desfavorecidos a través del deporte. 

Después de rescatarse a sí mismo gracias al fútbol, Katende impulsó un programa de ajedrez, la tabla de salvación a la que un día se agarró una niña sucia y desvalida, una de tantas. La pequeña Phiona buscaba algo de comida para su hermano. Katende le ofreció un cuenco con avena y unas clases de ajedrez, como a todo el mundo, y le descubrió un mundo nuevo y prometedor.


Después de largas caminatas diarias de cinco o seis kilómetros para recibir más clases (mal vistas por los hombres de su pueblo, que consideraban el ajedrez un juego de blancos), Phiona Mutesi tardó un año en aprender los secretos de aquel bendito juego, según ha contado.

Con 11 años ganó el campeonato juvenil de su país. Poco después pudo salir por primera vez de Uganda para ir a un torneo en Sudán. Supo lo que era volar en avión y dormir en una habitación de hotel. Al volver a su casa, las preguntas no eran sobre la competición o su elección de aperturas, por supuesto. ¿Has montado en el pájaro plateado? ¿Por qué has vuelto? Ella, a su vez, lo primero que quiso saber es si tenían suficiente comida para el desayuno.
En 2010 participó en la Olimpiada de Khanty-Mansisyk (Siberia), donde conoció el hielo. El año pasado repitió en Estambul, donde se convirtió en la primera africana que lograba un título de la FIDE. 


Le queda un largo camino para ser una de las grandes, pero ha adquirido mucha experiencia y trae fábrica la decisión de llegar a ser una gran maestra.

La gran ajedrecista en su vida cotidiana en Uganda .
La jóven ugandesa enseña las medallas que cuelgan en la pared de su casa.
Phiona Mutesi-Kampala-AFP.jpg
 Phiona se convirtió en los últimos años en una jugadora de ajedrez de nivel mundial.
"El ajedrez me dio la oportunidad de regresar a la escuela y me enseñó que hay otra vida", dice Phiona.Viajó a Sudán, Turquía, Estados Unidos, e incluso a Siberia. "Cuando vi la nieve, pensé que estaba en el cielo", escribió en una carta a su madre.


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